En blogs anteriores os hemos hablado sobre el miedo al rechazo y el miedo al abandono, dos heridas nucleares que suelen tener origen en la infancia, pero cuyas repercusiones se viven además en la adolescencia y en la adultez. En este blog os vamos a hablar de otra de estas heridas nucleares: La herida de la injusticia.

Esta herida también suele tener su origen en la infancia, con repercusiones reflejadas en la adolescencia y en la edad adulta. Suele aparecer cuando hemos vivido situaciones de un alto grado de exigencia durante la niñez, donde los padres buscan que sus hijos sean perfectos, y donde el error del niño está muy penalizado y el acierto poco reforzado. Esto provoca un gran sentimiento de injusticia y de no estar a la altura para satisfacer las altas expectativas de los padres.

Por otro lado, suelen ser familias en las que los padres son poco flexibles a la hora de poner normas y límites, no dando lugar a la opinión del niño, lo cual hace que éste perciba la opinión de los padres como verdades absolutas, sintiendo que su criterio y emoción no es importante.

Lo que fuimos aprendiendo durante esta etapa de la infancia, influye en nuestra manera de relacionarnos con las personas y con el mundo cuando somos adultos. Las personas que presentan esta herida nuclear, tienden a relacionarse desde el control y la rigidez:

  • Suelen ser personas que presentan dificultades y malestar a la hora de recibir las normas, especialmente si son impuestas de una manera autoritaria. Por ejemplo, si tienes un jefe que da órdenes de una manera muy impositiva o autoritaria y rígida.

  • Les cuesta mucho aceptar distintos puntos de vista y opiniones diferentes a la hora de tener una conversación, ya que han crecido sintiendo que las opiniones son verdades absolutas donde no hay lugar a la opinión de los demás.
  • Por otro, presentan dificultades a la hora de expresar sus emociones y de poner límites al otro, ya que tienen miedo a sentir que no son suficientes para la otra persona o que su opinión y emoción no es válida.

  • Tienen poca capacidad de autocrítica, ya sienten un alto malestar cuando se equivocan porque suelen ser personas con un alto grado de autoexigencia y perfeccionismo. Esto también hace que presenten dificultades para pedir ayuda, ya que lo viven como un fracaso, y que le den mucha importancia al “hacer” para mostrar su valía.

  • Les cuesta mucho aceptar cumplidos, ya que sienten que no se los merecen y que simplemente están cumpliendo con su deber, pero también tienen dificultades para recibir críticas, ya que conectan con el malestar que supone haber fallado o no haber estado a la altura de lo que se espera de ellos.

Todas estas autoexigencias y necesidad de control, forman parte de todos los ámbitos de su vida y crean mucho dolor y sensación de falta de libertad. Es una herida que esconde el miedo a no ser perfecto y por eso tienden a ser rígidos y a la exigencia, teniendo expectativas muy altas tanto consigo mismos como con los demás. Su motivación final es alcanzar la perfección de sí mismo.

Sin embargo, al tener este alto nivel de exigencia, en realidad, son injustos consigo mismos al exigirse demasiado y no autoreforzarse ante los logros, y al basar su valía en hacer cosas constantemente.

Si te sientes identificado/a con esta herida, no dudes en pedir ayuda para aprender a relacionarte contigo mismo y con los demás de una manera más sana para ti. Puedes iniciar terapia con nosotras de manera presencial u online. Contáctanos si tienes alguna duda.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *