Hace unas semanas, compartíamos una pequeña reflexión sobre cómo las experiencias vividas en la infancia podían repercutir en los miedos que sentimos como adultos.
Hablamos en detalle del miedo al abandono y sus posibles causas e influencias en la manera de relacionarnos como adultos. En el blog de hoy vamos a explicar el miedo al rechazo.
Tal y como explicábamos en el mencionado blog, a las experiencias negativas vividas (o bien interpretadas como tal) en la infancia, les llamamos heridas emocionales primarias o nucleares, y se refieren a vivencias negativas que se experimentan a una edad temprana a raíz de un suceso o situación dolorosa.
El miedo al rechazo se puede desarrollar a raíz de múltiples situaciones con diferentes personas, pero, en un porcentaje mayor de los casos, la herida de rechazo tiene su origen en las experiencias primarias con los padres, y puede repetirse o no en relaciones posteriores (relaciones de trabajo, amistades, pareja…). Al igual que en el caso del miedo al abandono, el miedo al rechazo no siempre responde a una situación de rechazo objetiva y concreta, sino que a veces aparece como consecuencia de una vivencia subjetiva. A continuación, vamos a desarrollar brevemente algunos ejemplos de estos dos tipos de situaciones:
En primer lugar, una experiencia objetiva de rechazo por parte de un progenitor puede ser una negligencia a nivel de cuidados (no dar de comer a un bebé). En los casos en los que el rechazo es intencionado, éste suele responder a una dificultad psicológica o personal que está viviendo el padre (por ejemplo: Estar sumido en una depresión grave que mantiene a la persona en la cama). Otro ejemplo de esto podría ser una niña que sufre bullying por parte de sus compañeros de clase (con violencia psicológica y/o física).
En segundo lugar, una experiencia subjetiva de rechazo puede ser la que se produce cuando un padre no puede jugar con su hijo puesto que tiene que atender a una llamada de trabajo urgente. En este caso sí existe un rechazo (y el niño lo puede vivir como tal), pero este se debe más a una imposibilidad (temporal) y no a una falta de voluntad/disponibilidad afectiva a la hora de atender las necesidades del hijo.
Las personas que han experimentados estas experiencias negativas en su periodo de crecimiento tienden a evitar aquellas situaciones y relaciones en las que pueden verse vulnerables o expuestos, puesto que esto les conecta con su dolor y su miedo profundo a ser nuevamente rechazados. También es común que estas personas muestren mucho miedo al compromiso y empleen una serie de mecanismos de defensa que les permita evitar dichos sentimientos.
Muchas veces, estos mecanismos de defensa les son útiles y les permiten evitar el dolor, el rechazo o el miedo, pero les impiden también sentir otros (complicidad, conexión, y demás cosas positivas que nos podemos encontrar en una relación profunda con otro).
En general las personas que han tenido estas experiencias tempranas se muestran evitativas y superficiales en sus relaciones y viven los vínculos con una gran desconfianza y mucho miedo, lo que les impide conectar, disfrutar y establecer relaciones significativas con otro.
Si crees que este puede ser tu caso y te gustaría trabajarlo a nivel psicoterapéutico (de manera online o presencial) o quieres saber más sobre el tema ¡No dudes en escribirnos!