¿Os imagináis una vida en la que no puedes hablar con fluidez? ¿En la que cada vez que intentas hablar te encuentras con un muro que te impide hacerlo sin dificultad?

La comunicación verbal nos da la capacidad de transmitir nuestros pensamientos, emociones, sensaciones… y en el momento en el que esta capacidad se ve limitada suele verse mucha frustración, baja autoestima, falta de habilidades sociales… Una de las dificultades que producen alteraciones en la comunicación verbal es la tartamudez.

La tartamudez es una forma de hablar interrumpida por una serie de alteraciones como repeticiones de sonidos, palabras o frases, prolongación de sonidos, bloqueos o pausas inadecuadas en el discurso. Es importante tener en cuenta que estas dificultades aparecen de manera involuntaria y con frecuencia inusual. Al ser involuntario, muchas veces realizan muchos esfuerzos para poder controlarlo, y generalmente estos esfuerzos acentúan las disfluencias.

La tartamudez puede manifestarse de diferentes formas, es decir, no aparecen siempre que el niño está hablando ni con la misma intensidad. Uno de los factores que tiene mucha influencia en la intensidad de la manifestación es el estado emocional del niño, que puede verse afectado entre otras cosas por la presión comunicativa de la situación o por la actitud que tenga la persona que conversa con él. Por ello, en situaciones más exigentes, las dificultades se van a ver más acentuadas que las que transmiten más relajación. 

No se conoce cuál es exactamente la causa del trastorno pero hay diversas teorías sobre las que se apoya su intervención. Por un lado, hay una base genética, que hace que el niño tenga mayor predisposición a tartamudear. Por una parte por la organización del cerebro en relación a la forma del habla, movimientos, etc. y por otra parte porque el temperamento del niño va a influir en que le afecten más o menos los factores ambientales. 

Por otro lado, influyen los factores ambientales, que son tanto las conductas que realiza el propio niño asociadas al trastorno, como las que realizan las personas de su entorno. Es decir, muchas veces los padres, profes, incluso otros niños… reaccionamos a la tartamudez de manera que sin darnos cuenta presionamos al niño para que hable con fluidez (terminamos las frases por él, interrumpimos…) y esto produce una tensión en los músculos del niño que hace que aumente la dificultad en el habla. Cuando esto ocurre en varias ocasiones, el niño acaba asociando por un proceso de condicionamiento clásico el relacionarse con determinadas personas con contraer los músculos. Por eso muchas veces vemos cómo los niños realizan de manera física muchos esfuerzos para poder hablar bien.

Por otro lado, cuando el niño es consciente de sus dificultades, suelen aparecer conductas asociadas al trastorno que hacen que se mantenga e incluso se agrave. Estas conductas suelen ser de evitación de situaciones en las que tengan que hablar por anticipar un fracaso en el habla, mucha ansiedad y emociones negativas asociadas a ello, dificultades en las relaciones sociales (debido a evitar situaciones en el habla no desarrollan habilidades sociales), etc.

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